Son las 8:30 de una luminosa mañana de Junio. – Siempre me toca el camioncito delante cuando tengo prisa – pienso mientras me acerco al punto de encuentro, - va, de todas maneras seré de los primeros -.
Craso error. Al llegar al parking del poli de Moral estaban todos. No sé porque, me desaconsejan saludar a todo el mundo. Montamos la bici, foto y al ataque.
Empezamos rodando constante por la pista que nos lleva a Manzanares, “tranquilitos” ya que sabemos que hoy toca dar muchos pedales, esta vez acompañados de tres caras nuevas, Juan, Jose Luis y Antonio. Bienvenidos.
Antes de llegar al desvío del pantano Jose y Loreto se separan del grupo haciendo una ruta alternativa, que le sirve a Jose para ir instruyendo a Loreto en el fantástico mundo del mtb, pueblos y caminos.
El resto del grupo cabalga alegre por las praderas y bajando trialeras como si no hubiera piedras. Con lo que llegamos a Manzanres y la entrada de la pedriza.
De ésta, aparentemente fácil, manera comenzamos la subida a la cumbre, y por una vez en mucho tiempo no vamos como si regalaran jamones arriba. Por lo que el grupo no se estira demasiado, salvo Paco que por un momento pensó que una chicharra se estaba comiendo la rueda trasera y paró para armarse y acabar con ella.
Y cuando apenas quedaban dos o tres km para llegar al merecido descanso Cesar y Miguel deciden abandonarnos y darse la vuelta, que tienen barbacoa. ¡Hombre está justificado!
Ya sentados en la roquita admirando el estupendo paisaje, mientras unos echan pestes de la subidita, Jose Luis nos alerta de que no lleva las llaves de su coche, con lo que el resto de la ruta la hace con una ceja más baja que la otra.
Seguimos los últimos sube y baja hasta el collado de los pastores. Descanso y divertida bajada “sin dar pedales”. Claro que a alguno se le cruzo alguna rodera, es que las llevan sueltas sin correa, y cató las suaves tierras de la Pedriza.
Así que sacamos el kit de reparaciones, donde Dani nos mostró su maestría en curas y vendajes (es que tiene un curso intensivo), que poco tiempo duro porque Antonio, que no estaba cómodo con el esparadrapo, decidió tirarse al suelo, que yo lo vi, por el mismo costado y así deshacerse del vendaje dejando al fresquito la herida, ahora un poquito mayor.
El resto de la ruta fue tranquila, con algún que otro calambre, por el Boalo, Cerceda y Moralzarzal .
Al final llegamos al parking con las piernas cargaditas de los kilómetros y notando el sol apretando sobre los hombros. Claro que todo esto se hace con leve con la estupenda compañía.
PD. Las llaves las llevó Jose Luis siempre encima.
Hasta luego.
Josito